jueves, 23 de mayo de 2013

Los hombres son visuales...



"Los hombres son visuales". Eso escucho de quienes me rodean y percibo en los hombres que tengo cerca. Son visuales, la mayoría, y parece que su naturaleza los obliga a ser así, a evaluar, medir y pesar, a apreciar y tasar las curvas infartantes, el cabello reluciente, la sonrisa bonita, el rostro apetitoso y el cuerpo seductor de cuanta fémina tengan cerca, de cuanta mujer esté o no "en edad de merecer" (frase que se me hace, aparte de bastante arcaica, bastante idiota).

Los hombres, en su mayoría, son visuales: se dejan tentar por lo bonito, y lo gracioso y sensual es una golosina ambicionada por ellos. Y es que, hay que admitirlo, la especie tiene que sobrevivir, y para ello parece que muchos caballeros están dotados para crear sus propios parámetros y criterios que definan a una "hembra reproductora y saludable" o a una "muñequita -juguete sexual".

Con esto no quiero decir que los hombres son malos. No. Tampoco quiero decir que todos sean así. Definitivamente, no es ese mi pensar. Lo que sí quiero decir es que en un mundo perfecto, si las mujeres déjaramos de ser evaluadas solo "visualmente", todo marcharía sobre ruedas. Marcharía sobre ruedas porque las mujeres, por añadidura, seríamos más felices, estaríamos más satisfechas.

Para empezar, no seríamos bombardeadas todos los días con anuncios publicitarios que parecen haber sido creados para programarnos para ser la fantasía sexual por excelencia; no lidearíamos con el hecho de que la belleza (o la ausencia de ella)  sea un factor decisivo para obtener un empleo; no tendríamos que soportar el acoso sexual (y digo "soportar" porque en muchos casos no se puede hacer algo) y, además de eso, no seríamos clasificadas y tratadas como subespecies conformadas por "bonitas" y "feas", como "dignas de ser tratadas con interés" y "bichuelos que estorban, no interesan y a las que hay que tratar con los pies". Aunado a esto, si nuestra apariencia, sex appeal o atracción (llámele como quiera) dejaran de ser escrutados tan minuciosamente, sobre todo por el sexo masculino, habría menos anoréxicas, menos mujeres insatisfechas y, en contraparte, habría más mujeres felices; más mujeres que acepten su alocados cabellos; más mujeres que manden al demonio todos los rituales que se han impuesto; que actúen como seres humanos, no como "hembras; que se definan a sí mismas por el contenido de su personalidad y no por sus tetas; que sean libres de ser quien verdaderamente son; que estén dispuestas a romper el molde; que se acepten y se quieran de verdad y cuando se vean al espejo no vean a una "chica bonita" o una "chica fea", sino a un ser maravilloso y completo; más mujeres que lean y que sin temor asuman sus condiciones de individuos inteligentes; más mujeres enfocadas a trepar a las alturas máximas del conocimiento, y no a los tacones de moda.

Sin duda, todos tenemos culpa de que la belleza y el atractivo sean considerados, hasta hoy, el principal activo de una mujer. Nosotras tenemos la culpa por hacer caso y perseguir semejante estupidez. Somos culpables de criar a hombres que no aprecian a una mujer por quien realmente es. Pero también el ambiente es absorbente, y si no eres como el resto, se te margina; y si eres diferente eres inflingido con el dolor de ser raro, anormal, subnormal. Así que también los hombres tienen la culpa, y la sociedad, y los medios de comunicación, y la maldita cultura.

Pero bueno, si se trata de encontrar soluciones (en lugar de buscar culpables) hay que decir  que en primer lugar las mujeres debemos cambiar nuestra mentalidad. Y los hombres también: deben dejar de considerar que una mujer bonita es una posesión tan valiosa como el carro y que el trasero de su novia es un símbolo de su virilidad, poder y de su condición de "macho alfa". Que no solo nos vean con los ojos del instincto, sino con los ojos del alma y de la razón (que piensen con la cabeza, pues, no con los genitales), para que escudriñen realmente quienes somos y de verdad haya un encuentro, un diálogo real que vaya más allá de la erotización y sexualización de nuestras relaciones. Nosotras, por nuestra parte, será momento de que nos decidamos a ser mujeres, y abandonemos nuestra caracterización de "muñequitas" o, peor aún, de "hembras".

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