martes, 16 de noviembre de 2010

Me encantan las caracolas

Alguien dijo una vez que Pablo Neruda era una coleccionista depredador. Cuando se proponía coleccionar algo, se empeñaba en ello. Cuando viajaba, iba a un mercado o a la playa y encontraba un objeto de su predilección, no lo pensaba dos veces y procedía a obtener. Así fue como llenó sus casas con antiguedades; muñecas y libros raros, antiguos, hermosos, viejos y de primeras ediciones.
Pero su colección favorita, dueña de su corazón fue la colección de caracolas. Este día los invito a que hagamos un recorrido por algunas de las piezas más bellas de la colección de Neruda (compuesta por más de 9,000 caracolas), donadas por él a la Universidad de Chile, al mismo tiempo que hacemos un viaje por sus memorias y recuerdos enraizados en sus amadas caracolas...




Pablo Neruda

“… lo mejor que coleccioné en mi vida fueron mis caracoles. Estas me dieron el placer de su prodigiosa estructura: la pureza lunar de una porcelana misteriosa, agregada a la multiplicidad deformas, táctiles, góticas, funcionales”.







‘Miles de pequeñas puertas submarinas se abrieron a mi conocimiento desde aquel día en que don Carlos de la Torre, ilustre malacólogo de Cuba, me regaló los mejores ejemplares de su colección. Desde entonces y al azar de mis viajes, recorrí los siete mares, acechándolos y buscándolos. Pero debo reconocer que fue el mar de París el que, entre ola y ola, me descubrió más caracoles. Todo el nácar de las oceanías había transmigrado a sus tiendas naturalistas, a sus mercados de pulgas”.

(“Reflexiones desde Isla Negra”)








“En México me fui por las playas, me sumergí en las aguas transparentes y cálidas, y recogí maravillosas conchas marinas. Luego en Cuba y en otros sistios, así como por intercambio y compra, regalo y robo (no hay coleccionista honrado), mi tesoro marino se fue acrecentando hasta llenar habitaciones y habitaciones en mi casa".









"Tuve las especies más raras de los mares de China y Filipinas, del Japón y del Báltico, caracoles antárticos y polymitas cubanas, o caracoles pintores vestidos de rojo y azafrán, azul y morado, como bailarinas del Caribe".







"A decir verdad, las pocas especies que me faltaron fue un caracol del Matto Grosso brasileño, que vi una vez y no pude comprar, ni viajar a la selva para recogerlo. Era totalmente verde, con una belleza de esmeralda joven".







"Exageré mi caracolismo hasta visitar mares remotos. Mis amigos también comenzaron a buscar conchas marinas, a encaracolarse. En cuanto a los que me pertenecían, cuando ya pasaron de quince mil, empezaron a ocupar todas las estanterías y a caerse de las mesas y de las sillas. Los libros de caracología o malacología, como se les llame, llenaron mi biblioteca. Un día lo agarre todo y en inmensos cajones los lleve a la Universidad de Chile, haciendo así la primera donación al alma mater.”

(“Memorias”)





























Al igual que a Pablo Neruda, a mí también me encantan las caracolas de mar y por eso las colecciono. Vivo lejos de la playa, así que me cuesta encontrarlas. Pero aún así, a pesar de lo difícil que se me hace conseguirlas una de mis metas es agrandar mi colección.
Por eso es que cuando navego en Internet y veo una imagen sobre caracolas, procedo a guardarla en mi ordenador como si mi colección de caracolas incluyera, no sólo aquellas que transportan el eco del mar y tienen olor a sal, sino también las que no se tocan, las que simplemente se pueden ver y que, más bien, son representación de las que verdaderamente son reales.