Pablo Neruda
“… lo mejor que coleccioné en mi vida fueron mis caracoles. Estas me dieron el placer de su prodigiosa estructura: la pureza lunar de una porcelana misteriosa, agregada a la multiplicidad deformas, táctiles, góticas, funcionales”.
‘Miles de pequeñas puertas submarinas se abrieron a mi conocimiento desde aquel día en que don Carlos de la Torre, ilustre malacólogo de Cuba, me regaló los mejores ejemplares de su colección. Desde entonces y al azar de mis viajes, recorrí los siete mares, acechándolos y buscándolos. Pero debo reconocer que fue el mar de París el que, entre ola y ola, me descubrió más caracoles. Todo el nácar de las oceanías había transmigrado a sus tiendas naturalistas, a sus mercados de pulgas”.
(“Reflexiones desde Isla Negra”)
“En México me fui por las playas, me sumergí en las aguas transparentes y cálidas, y recogí maravillosas conchas marinas. Luego en Cuba y en otros sistios, así como por intercambio y compra, regalo y robo (no hay coleccionista honrado), mi tesoro marino se fue acrecentando hasta llenar habitaciones y habitaciones en mi casa".
"Tuve las especies más raras de los mares de China y Filipinas, del Japón y del Báltico, caracoles antárticos y polymitas cubanas, o caracoles pintores vestidos de rojo y azafrán, azul y morado, como bailarinas del Caribe".
"A decir verdad, las pocas especies que me faltaron fue un caracol del Matto Grosso brasileño, que vi una vez y no pude comprar, ni viajar a la selva para recogerlo. Era totalmente verde, con una belleza de esmeralda joven".
"Exageré mi caracolismo hasta visitar mares remotos. Mis amigos también comenzaron a buscar conchas marinas, a encaracolarse. En cuanto a los que me pertenecían, cuando ya pasaron de quince mil, empezaron a ocupar todas las estanterías y a caerse de las mesas y de las sillas. Los libros de caracología o malacología, como se les llame, llenaron mi biblioteca. Un día lo agarre todo y en inmensos cajones los lleve a la Universidad de Chile, haciendo así la primera donación al alma mater.”
(“Memorias”)
martes, 16 de noviembre de 2010
Me encantan las caracolas
Alguien dijo una vez que Pablo Neruda era una coleccionista depredador. Cuando se proponía coleccionar algo, se empeñaba en ello. Cuando viajaba, iba a un mercado o a la playa y encontraba un objeto de su predilección, no lo pensaba dos veces y procedía a obtener. Así fue como llenó sus casas con antiguedades; muñecas y libros raros, antiguos, hermosos, viejos y de primeras ediciones.
Pero su colección favorita, dueña de su corazón fue la colección de caracolas. Este día los invito a que hagamos un recorrido por algunas de las piezas más bellas de la colección de Neruda (compuesta por más de 9,000 caracolas), donadas por él a la Universidad de Chile, al mismo tiempo que hacemos un viaje por sus memorias y recuerdos enraizados en sus amadas caracolas...
Al igual que a Pablo Neruda, a mí también me encantan las caracolas de mar y por eso las colecciono. Vivo lejos de la playa, así que me cuesta encontrarlas. Pero aún así, a pesar de lo difícil que se me hace conseguirlas una de mis metas es agrandar mi colección.
Por eso es que cuando navego en Internet y veo una imagen sobre caracolas, procedo a guardarla en mi ordenador como si mi colección de caracolas incluyera, no sólo aquellas que transportan el eco del mar y tienen olor a sal, sino también las que no se tocan, las que simplemente se pueden ver y que, más bien, son representación de las que verdaderamente son reales.
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