¡Ayer fui al salón de belleza! Habían pasado varios meses desde mi último corte de cabello, por lo que ya había empezado a deteriorarse y el corte ya estaba perdiendo su forma.
Ahora, muchos años después del horroroso corte de cabello que me hizo una estilista vecina y de haber sufrido todo tipo de torturas en manos de decenas de ellos (me han quemado el cabello, realizado cortes de cabello que no quería, me han dejado el cabello más corto de lo que les había pedido, he recibido arañazos, halones de pelo y golpes con la secadora) al fin he redescubierto el placer de ir al salón de belleza.
Para empezar, me encanta que me laven el cabello. Sentir el masaje en el cuero cabelludo, el agua calientita rozándolo y la maravillosa fragancia de los productos que te aplican. Me gusta el olor a limpio de los salones de belleza y me encanta que me corten el cabello sin halarmelo y con paciencia, mientras por medio del espejo soy partícipe y testigo de las transformaciones de otras tantas mujeres que confían sus cabellos, cuerpos, uñas, pies y maquillaje en las manos de estos expertos.
Me gustan estas sesiones que casi son terapeúticas, que te permiten relajarte, en las que tú lo único que haces es colaborar, ya que el desarrollo de todo queda en mano de los expertos y tú te puedes enfocar en distraer la mente y saborear el momento.
Al final, debo admitir, lo único que me cuesta asimilar de todo el servicio es la onerosa cuenta (es decir, después de tanto placer y satisfacción la dura realidad se te presenta para acabar de tajo con el espejismo), sin embargo, aprecio el trato esmerado que te brindan en estos salones de belleza, el olor de los productos, salir del lugar con el cabello extremadamente oloroso y, además, con una mascarilla para el cabello (acepto mi culpa: Cuando una experiencia me gusta trato de repetirla cuantas veces sea posible) para que así pueda emular en casa el mismo servicio relajante y maravilloso que te brindan en el salón.
Definitivamente, ahora disfrutar de ir al salón de belleza y lo considero que un pequeño regalo a mi persona, un mimo de fin de semana para así iniciar con energía las actividades que se aproximan.
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