miércoles, 5 de marzo de 2014

El valor de un libro es incalculable. Como buena lectura que soy, sé que te puede cambiar la vida, enseñar a vivir, aprender de los errores de otros sin tener que cometer los propios, viajar a otros mundos y, al igual que las mascotas, es un compañero leal, silencioso y comprensivo en los momentos de soledad.

Aprecio infinitamente los libros porque toda mi vida he estado rodeada de ellos. Desde pequeña fueron mi mundo, no me fueron vedados, me fueron leídos y escogidos con amor para que me enamorara de ellos. Mi idilio con la literatura es, por tanto, ya de varios años. Aunque mi familia nunca ha tenido muchos recursos materiales, en casa, lo que nunca ha faltado son comida y libros. Esto, sin embargo, no me ha impedido estar conscientes de que cultivarse y acceder a material de lectura es bastante caro, sobre todo en mi país, en donde el sueldo mínimo apenas sobrepasa los $200.00 dólares mensuales y en donde, lastimosamente, un libro, en promedio, podría llegar a costar $7.00 dólares o más.

Es por ello que muchas personas que conozco no leen. Es un placer caro, elitista, costoso y que puede acabar pronto con las finanzas: entre más interés sienta por leer, necesitará más insumos para satisfacer su hambre voraz que en lugar de decrecer, sin duda, irá en aumento.

Ante este panorama, alabo y agradezco infinitamente que en el pasado y en la actualidad se hayan llevado proyectos para acercar las letras a los más desfavorecidos, a los que tienen menos recursos o viven en zonas más apartadas. Así como podemos estar en comunión con Dios no únicamente entre las paredes de las iglesias, los libros no son artículos exclusivos de las bibliotecas públicas, institucionales y personales. A lomos de burro, en carruajes tirados por caballos, en autobuses escolares...los libros han viajado y siguen viajando para encontrarse con lectores novatos, fogueados y potenciales que los reciben con sed de conocimientos.

En mi país, por ejemplo, existe una iniciativa de este tipo. Es un bus acondicionado para albergar libros, sobre todo de tipo infantil, y que hace recorridos a diferentes zonas para entretener a grandes y chicos.

Hay personas que dicen, con certeza y seguridad, que no les gusta leer. Creo que esa aseveración puede ser un tanto carente de argumentos, pues muchas de esas personas no han conocido a su "media manzana literaria": ese autor, libro o género que los encandile, los seduzca y los atrape para siempre, convirtiéndolos en ávidos lectores. Iniciativas como los bibliobuses, por ejemplo, son grandes oportunidades para facilitar ese primer encuentro entre el lector y su libro soñado, tal y como probablemente sucedió con muchos de los usuarios de las bibliotecas ambulantes cuya existencia ha sido registrada a través de una cámara fotográfica, algunos de los cuales les presento en la siguiente galería de imágenes:



















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