Ya había escuchado de ellos. Había oído que visten de diseñador, que gustan que los nombres de importantes marcas adornen sus ropas. Había oído que se desviven por, alguna vez en su vida, ir a París, la capital de la moda; que visten de traje completo y que se pavonean en las calles, como orondos pavos reales de plumajes vistosos.
Sí, había oído de ellos, pero no me lo creía. Me parecía imposible que alguien, viviendo en la más abyecta pobreza, en un lugar donde incluso no hay servicio de agua, pudiera pagarse un traje carísimo, de diseñador. Se me hacía imposible. Irrisorio. Ilógico. Absurdo. Una especie de broma de mal gusto. La realidad, sin embargo, quizá vaya más allá de mis propios juicios. Y es que los famosos sapeurs, o "fashionistas congoleños" son un fenómeno social y cultural complejo, quizás para el resto del mundo difícil de entender, pero para su sociedad puede que sean, simplemente, una manifestación más de amor por la belleza a pesar de la desgracia, una ilusión concebida por la pobreza que los cerca o, además, una muestra de la hibridación cultural y del aprecio por lo extranjero.
Independiente del origen o razón de ser de los sapeurs congoleños, de estos gentlemans ataviados con ropa de diseñador, de estos "pavos reales" que se contonean por las calles repletas de basura que son pisadas por sus zapatos de 500 dólares...independientemente del análisis que podamos hacer de este fenómeno, hay que decir que es digno de estudiar, tal y como lo muestran los siguientes videos:
La primera vez que supe de los sapeurs fue una National Geographic. Después que leí sobre ellos, me puse a investigar, y encontré el artículo "Dandis a pesar de todo", publicado en el periódico El País, del cual he extraído el siguiente fragmento que me ha parecido tan poéticamente bello, como desgarrador:
El sentido del estilo de estos congoleños, como el de cualquier pueblo, está ligado a su propia historia. Sin embargo, aquí se ha resuelto en una dirección inesperada. Están reconciliados con su pasado colonial y es ahí donde encuentran el código genético que exhiben. Son un depósito de la memoria. Algo contradictorio, porque al colonizado se le supone el interés por retomar su propia historia para no quedar reducidos a un capítulo dentro de la del colonizador. Los sapeurs no han matado al padre. El proceso contrario al que hizo Gandhi, que convirtió el taparrabos y la rueca en símbolo nacional. El rico que se vistió de pobre. Los sapeurs adoptan como modelo el del invasor. Padecen algo así como una especie de síndrome de Estocolmo estético. Sin embargo, esta victoria del colonialismo, pírrica y póstuma, se queda en eso. La superación de la miseria por parte de los sapeurs, aunque simbólica, no está vacía. Llevan implícito un mensaje de rebeldía. Desde su nacimiento, la SAPE ha querido subvertir los códigos impuestos por las fuerzas políticas que surgieron en ambos Congos.
La contradicción. Esa es la esencia de este movimiento. Que, sin embargo, tiene todo su sentido. Los sapeurs asumen la hostilidad que les rodea, pero al mismo tiempo evidencian el carácter impermeable de las buenas maneras y el vestir bien. La elegancia se revela como un analgésico. La única arma que tienen para defenderse de su azaroso destino es su atuendo. En él, todo está codificado. No puedes controlar lo que te rodea, pero sí a ti mismo. Es una llamada al orden en medio del caos. Vivirán en condiciones precarias, pero llevan los zapatos relucientes. Hacen de la necesidad una virtud y convierten el defecto en exceso. "Cuando salen a la calle así vestidos se olvidan de todos sus problemas. Son instantes de gloria en los que se sienten verdaderamente felices", concluye Tamagni. Los sapeurs se consideran artistas. Y lo son. Artistas del escapismo. Han creado un paraíso artificial. Como todos los paraísos.
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