Amo a mi mascota. A la que tengo ahora y a la que me cuida desde el cielo de los conejos (si es que existe "el cielo de los conejos"). Al tener a la "Mounstri" (ese es el nombre de mi conejita que murió de un tumor) entré al mundo de los pet lovers. Ahora, cuando salgo de casa, pienso en cómo se encontrará mi pequeño Bilbo (ese es el nombre del predecesor de "La Mounstri". Mañana se los presentaré para que lo conozcan) y al llegar a casa una de las primeras cosas que hago es ver en dónde se ha metido. Lo dejo que suba a mi cama, aprecio cuando se echa a mi lado y me lame la cara y, si pudiera hacerlo y su naturaleza conejil no le hiciera ser tan sensible a los sonidos , con mucho gusto saldría con él a pasear.
Y es que, si las mascotas llegan a ser parte de la familia y verdaderos y leales amigos, ¿por qué no incluirlos en la mayoría de áreas o facetas de nuestras vidas? Esta reflexión me ha venido a la mente después de leer el artículo "No todos los clientes leen" publicado por la versión digital del periódico "El País", artículo gracias al cual me he enterado de que en España existe una librería que permite el acceso a sus instalaciones a usuarios que ingresen con sus amados perritos y/o con bicicletas.
Una idea fenomenal y que llega al corazón. Ojalá que más librerías aplicaran el mismo concepto de negocio y, a la vez, ojalá que más personas hagan a sus mascotas compañeros inseparables en sus vidas.
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