Ana Guevara (la galardonada velocista mexicana) dijo alguna vez que cada vez que conocía a las personas, más amaba a su perro. Y otra vez, conversando con un estudiante, escuché cómo este (de manera tremendamente indignada) me comentó que su maestro de filosofía aseveraba que los animales, incluidas las mascotas, no tenían alma.
Cuando pienso en mi estudiante que dota de personalidad y alma a su querido compañero canino y cuando pienso en Ana Guevara, mi mente se remonta a las incontables historias de perros y animales de compañía que han muerto salvando a sus amos, los han acompañado hasta la tumba o han esperado fielmente el imposible regreso de sus dueños cuando estos mueren; recuerdo también al pollito que dormía sobre el vientre de mi mamá, a la conejita que dormía con mi hermana y al conejito que actualmente vive con nosotros y que nos lame con la fruición de un perrito doméstico. Esas imágenes e historias pasan por mi cabeza, a la vez que reflexiono en el alma pura de los animales, en la entrega que despliegan a sus cachorros y en la forma en que son capaces de hacer las paces con algunos de sus enemigos naturales e, incluso, a pesar de que en la naturaleza hay un orden natural de las cosas, en el mundo animal parece haber más fraternidad y armonía que en el mundo humano.
Y cuando veo las imágenes que les presentaré a continuación, no dejó de pensar que si los animales son capaces de convivir con el resto de las criaturas, ser solidarios y leales, talvez algún día nosotros podamos emularlos, ya que tanta falta nos hace:
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