
Con el tiempo, refiné mi modus operandi. Ya no comía directamente de la marqueta de queso. Ahora, simplemente me sirvo doble, triple o cuádruple porción de queso. Es decir, me termino el pedazo que han servido en mi plato, y corro a servirme nuevamente. Gracias a Dios que en casa no existe un regímen totalitario al estilo de "los huevos deben durar hasta el viernes, y los plátanos hasta el jueves, y el resto de la comida deberá durar para todo el mes". No, gracias a Dios en casa no existen ese tipo de dictaduras.
Así que, para mí, es maravilloso poder alimentar mi adicción por el queso, uno de los pocos alimentos que podría comer en el desayuno, en el almuerzo, en la cena y en los múltiples refrigerios que como durante el transcurso del día.
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