Además, me compré unas gafas para el sol (con armazón blanca) y unos pendientes negros, tipo art nouveau. La verdad, es que siempre que compro algo (sobre todo si es de ropa) me siento algo culpable. Me da hasta vergüenza. Y, además, hasta que llego a mi casa y me pruebo la ropa caigo en la cuenta que he comprado, nuevamente, ropa de los mismos colores que ya tengo en casa; colores que, por lo general, no son los que yo considero que mejor me sientan.
Pero bueno, así entre arrebato consumista y culpabilidad a medio redimir es que me voy a haciendo de bastante ropa. Y voy necesitando más y más ganchos para colgarla. Eso sí, poco a poco he ido comprando los artículos básicos para ir a una entrevista de trabajo, ir a una reunión formal o una boda. Creo que eso es lo maravilloso de la ropa: si se compra sabiamente y se respeta un presupuesto específico, podemos proveernos de un guardarropa que nos sirva para múltiples ocasiones y que nos permita sentirnos cómodos y seguros. En ese sentido, aunque nos dé remordimientos, ¡bendita sea la ropa!
No hay comentarios:
Publicar un comentario